Cuando estás en duelo:
Sientes el vértigo de un nuevo día.
Sientes que la vida ha perdido su sentido.
No duermes bien.
Tiendes a aislarte.
Sientes un vacío enorme.
La gente quiere que estés bien enseguida.
Sientes que no controlas tus emociones como antes.
Sientes que la gente evita tu compañía.
No te sientes capaz de hacer cosas que antes hacías.
Estás muy enfadado.
Tu sistema de creencias se tambalea.
No te satisface la ayuda de los demás.
Te sientes solo, aunque no lo estés.
Sientes que nunca vas a superarlo.
Te preguntas continuamente el porqué de las cosas.
Te sientes culpable.
Te encuentras mal físicamente.
La gente no para de darte consejos y decirte lo que deberías hacer.
Los procesos de duelo provocan dolor. El dolor que sentimos ante una pérdida. Hay una parte de dolor evitable y otra inevitable. Duele el cuerpo, el corazón y hasta el alma. Es un proceso natural y necesario para adaptarnos a un nuevo escenario de vida. Las posibles emociones que emergen pueden resultar desagradables, pero son normales y adaptativas.
Aquí os dejo un pequeño fragmento del capítulo Ira para que reflexionéis sobre ello
:
“Mientras la observo instalada en una denuncia constante
debido a la falta de justicia cometida hacia su hija, me reafir-
mo en la idea que defiende que los seres humanos manifesta-
mos un fuerte sentimiento de desesperanza ante la posibilidad
de perder lo que nos importa, siendo la causa determinante el
sentido de la «posesión», algo que no es nada extraordinario si
tenemos en cuenta que todos los seres vivos estamos dotados
de un desarrollado instinto de posesión para mantenernos con
vida, un instinto que alcanza cotas de sofisticación increíbles
en la especie humana. Siempre me ha llamado la atención la
visión de las doctrinas orientales sobre el concepto de «la liber-
tad», entendiéndola como una «no posesión» o desapego de
cuanto somos y nos rodea, una visión que dista mucho de la
nuestra. En este lado de la Tierra pretendemos poseerlo todo,
y eso provoca que me vea retratada en una sociedad en la que
la capacidad individual de «ser» está supeditada a la necesidad
de «tener», una sociedad que necesita apoyarse en creencias re-
ligiosas o espirituales para anestesiar el sentimiento de pérdida
como tal y en la que aspiramos a poseer para siempre aquello
que nunca nos perteneció. Es una forma de entender la vida
que nos empuja a creer que «todo», absolutamente «todo», nos
pertenece, y esa convicción nos incapacita a la hora de despe-
dirnos de aquello que entendemos que hemos perdido, aunque
nunca haya sido del todo nuestro.
Rusti no claudica en su empeño por desbaratar lo ocurrido.
No hay día que no amanezca aplastada por el peso de la sepa-
ración de su hija y esa pesadilla diurna la empuja a defenderse
mediante un ataque furibundo hacia la vida y sus componentes.
El desgarro ocasionado por la pérdida se traduce en una brusca
interrupción en su proyecto de vida y ha fulminado su sistema
de creencias y valores. Ella no es capaz de verlo, pero se encuen-
tra instalada en un desafío combativo.
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